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29 septiembre. EVEREST Campo Base

La expedición vizcaina al Everest cuenta con la ayuda de cinco sherpas

Ellos son cinco. Lhakpa Dorjee hace las funciones de shirdar -jefe y organizador- y también de porteador de altura. Los otros son Ram Shendra, Pasang Tsheri, Dawa Norbu y Lopsang Temba, junto a los que trabajan para otras expediciones, hacen posible abrir el paso que lleva hacia la cima del Everest.

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Ya en las primeras exploraciones que tuvieron lugar en las regiones nepalís del Everest los nativos del valle de Khumbu sirvieron al mismo tiempo de porteadores y también de guías para los geógrafos primero, para los alpinistas a continuación.

Su hábito a las duras condiciones del terreno, su facilidad de aclimatación y también su capacidad para transportar pesadas cargas les hicieron enseguida imprescindibles para el progreso de las expediciones. Aquella tradición ha continuado con el paso de los años y en todo caso se ha afianzado. Hasta hace una década los sherpas que acompañaban a los alpinistas hacia las cimas carecían de formación técnica e incluso de equipos y únicamente contaban con su capacidad física, voluntad y aclimatación. En la actualidad los porteadores de altura -habitualmente denominados sherpas, tomando como genérico el origen de su etnia- son verdaderos alpinistas, formados técnicamente y conociendo bien las tácticas de ascensión a las grandes montañas. Lo único que les diferencia de los expedicionarios que los contratan es su distinta motivación hacia las cumbres. Para ellos la montaña no es más que un medio de trabajo en el que en ocasiones tienen un buen aliciente para mejorar su currículum ascendiendo alguna cima de interés.

Hoy en día es prácticamente imposible plantearse un intento al Everest sin recurrir a la ayuda de los porteadores de altura, especialmente si se ha de utilizar la ruta que cruza la cascada de hielo. Ellos son quienes disponen de los medios, antes traídos directamente por las expediciones a cambio de un gran costo económico, y ellos conocen como nadie la táctica para abrir los caminos del Everest.

Antes de que las expediciones alcancen el campo base por el valle de Khumbu, la cascada de hielo ya tiene trazada su ruta. En esta ocasión Gyalzen y Ang Dalu, dos hombres de la agencia Asian Trekking, se han venido ocupando desde el final de agosto de instalar escalas sobre las grietas, de anclar cuerdas fijas para la seguridad en el trayecto, ascensos y descensos verticales, y de reinstalar todos estos elementos cada vez que una grieta se agranda o cuando se abre una nueva en la cascada de hielo.

Cada expedicionario ha pagado este otoño 350 dólares a la agencia para tener derecho al uso de esta instalación. A nadie se le ocurriría intentar atravesar la temible cascada de hielo buscándose su propio camino entre los seracs.

Más allá de la cascada cada expedición se autoabastece, aunque es normal reunir esfuerzos para completar la instalación hacia la pared del Lhotse. Los sherpas de la expedición vizcaina han trabajado con los de la francesa para instalar escalas y cuerdas fijas entre los campos 1 y 2. Más allá, hasta el campo 3, han colaborado sherpas de las expediciones japonesa y coreana al Lhotse. Los dos italianos y los montañeros navarros que intentan también el Lhotse compartiendo un mismo permiso, no tienen porteadores a su servicio pero utilizarán igualmente las instalaciones pagadas por las demás expediciones. Se plantea incluso pedirles un peaje de solidaridad para compartir el esfuerzo económico que supone equipar la ruta.

Cada porteador de altura tiene un sueldo que cobra directamente de su agencia. A la expedición vizcaina al Everest cada sherpa le ha costado dos mil dólares. Además cada uno de ellos recibe una cantidad económica -los bonus- a modo de prima por cada porteo. Son 250 rupias -750 pesetas- por cada porteo del campo base al uno y del uno al dos. Del campo base al dos reciben 500 rupias, 1.000 del dos al tres y 1.500 si llegan desde el tres al collado sur. El precio por acompañar a un alpinista a la cumbre no es fijo y debe acordarse entre el sherpa y el cliente y dependerá de las condiciones de la escalada y del interés que el sherpa tenga por alcanzar la cima y también de su propio currículum.


Sin perder el resuello

Ram Shendra es un hombre diminuto padre de cuatro hijos; el único de los porteadores de altura que no pertenece a la etnia sherpa. Morenísimo, de sonrisa permanente y abierta, cortés y amable. Limpio y educado es casi un guía de montaña con estilo occidental. Acompañará a los primeros alpinistas vizcainos hacia la cima por su propio interés. Pasang Tsheri es el hijo de Gyalzen; alto, bien parecido, chato y aficionado al look de montaña moderno. Autoritario en lo que se refiere a las cosas de la cascada, gestionada por su padre. Dawa Norbu es recio, callado, de aspecto más rústico; domina poco el inglés y eso le retrae en la relación con los expedicionarios pero es una máquina humana. Lopsang Temba es un porteador nato; casi no se le ve más que cuando toma su carga camino de algún campo, silencioso y eficaz.

En la montaña visten como los alpinistas, casi siempre con materiales que han podido conseguir en anteriores expediciones y cuyos emblemas gustan exhibir. Saben que su equipo es importante y lo miman porque forma parte de su pequeña fortuna. A veces se lo hacen traer desde lejos como el pasado sábado cuando la madre de Pasang llegó al campo base trayendo unas gafas de altura para su hijo que en la víspera se vio aquejado de conjuntivitis.

En las cuestas parece que no respiran; llevan sus cargas en la altura con la misma facilidad que en el llano y se toman su duro trabajo con precaución y al mismo tiempo resignación absoluta sin perder la dignidad. La mayoría son profundamente religiosos aunque los más jóvenes se olvidan cada día más de sus rituales.

Desde las primeras expediciones los porteadores de altura se han convertido en la mano derecha de los alpinistas. El camino del Everest, como el de casi todas las cimas del Himalaya es posible todavía gracias a ellos.


CADA MADRUGADA

Cada madrugada unas hojas de enebro humean sobre el altar de la puja. Son las mismas hojas que coronan el mástil que sostiene las banderas de oración, las que evocan el aire, el cielo y la tierra.

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Cada madrugada, un sherpa prende de nuevo la brasa del altar. Calza botas de plástico, lleva un arnés de seguridad, gafas solares y está tostado por la luz de las alturas.

Cada madrugada, antes de llevar sus pasos a la cascada de hielo un sherpa, dos, tres, cuatro… rezan ante el humo sagrado y lanzan al aire unos granos de arroz. Mirando al cielo, mirando a la tierra.

Sus botas de plástico chasquean luego entre los pedruscos de granito, después en el móvil hielo del glaciar de Khumbu.

Quince kilos a la espalda, tal vez una escalera de aluminio, acaso varios rollos de cuerda, tres botellas de oxígeno o comida y materiales de alpinista.

Apenas un jadeo, ante cada grieta una nueva oración. Paso a paso ascienden en la montaña; campo uno, campo dos… Es el trabajo del hombre para el hombre.

De regreso al valle seguro de nuevo una oración, una jornada más. El Om mani padme hum se desgrana en un rosario de oraciones que corre entre los callosos dedos de porteador.

La montaña del Himalaya está viva. Cada madrugada, cada tarde, los porteadores la respetan.



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