El momento preciso
En el último descenso del "Valle del silencio" (Foto Iñaki Ruiz.
Las grandes montañas son tan hermosas como exigentes. Cada una de ellas precisa de una excata estrategia. No basta con ser excelente deportista y técnicamente experto para llegar a las más altas cimas. Hay que ser también astuto, organizado y buen estratega.
Con todo lo que cada alpinista, cada expedición, pueda llevar en su cartera y con las providencias que la montaña aporta ha de crearse un cúmulo de oportunidades, puede casi decirse que de casualidades, que deciden muy a menudo la opción de la cumbre.
Cuando uno o varios alpinistas inician ese largo camino, campo tras campo, día tras día, para gozar en una codiciada cima saben a priori que ese último día mágico, en esa dura madrugada que se ha de iniciar la partida, han de estar en armonía la meteorología, el resuello y la forma física del aspirante y se ha de estar en el punto indicado para caminar el último trecho. Es la ley del momento preciso. Cuando uno de sus elementos en juego falla el objetivo se derrumba. Cuando todos se encadenan entonces la cumbre es posible. Sólo hay que conseguirla.
DESDE DEBAJO DEL CIELO
Juanra Madariaga
En los comienzos del mes de setiembre remontamos el valle de Khumbu con la ilusión de ver algunas de las montañas más grandes de la tierra y con el interno presentimiento de que íbamos a ver esta misma tierra desde lo más alto. En aquellos días el Ama Dablam enseñaba su nariz muy, muy de vez en cuando entre las nubes que se empeñaban en mojarnos. La lluvia nos acompañó varios días y vimos muy pocas cumbres. El monzón nos traía cada mañana un despertar blanco, pero ya metidos en faena eso nos importaba poco. Sabíamos que nuestra aclimatación no podía sucumbir ante aquellas nevadas de mediodía.
Y, así fue. Cada uno, inmerso en sus jadeos, iba adaptándose a la altura, mirando mucho más de cerca la impresionante pared suroeste del Everest. Dormimos bajo ella e incluso nos atrevimos a subir a su altura por el cercano Lhotse. Todo, o habría que decir casi todo, iba perfecto. Quizás ser primerizos en esta gran montaña nos trajo algún problema, algún retraso. La organización y estrategia fueron tareas arduas, duras, pero al final, a pesar de algunos pequeños fallos siempre subsanables y quizás normales en toda expedición, nos hallamos varios alpinistas empeñados en ver de una vez esta tierra desde allí arriba, desde debajo del cielo. Y fue entonces cuando intentándolo descubrimos un nuevo elemento en toda su inmensidad: el viento empeñado en arrancar nuestras tiendas nos dejó preocupados, fríos y temerosos mientras descendíamos de nuevo al campo base.
Después de este día ha habido nuevos intentos, hemos sido tenaces pero una vez más la climatología, totalmente anormal aún en estas fechas, nos ha rechazado. El tiempo en la montaña se nos acaba y no hemos podido mirar desde lo alto. Los sentimientos de pena y de rabia están aquí. Cada uno. A veces cabizbajo, sabe que ha hecho lo que debía de hacer, que lo ha intentado, pero aún así defrauda no conseguir lo soñado, y defrauda mucho. Las causas siempre serán analizables, discutibles o razonables, pero nada hará olvidar que los sueños, personales o colectivos, por muy altos que sean, pueden a veces ser sólo eso: sueños, sueños que la realidad sabe atajar de infinitas maneras.
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