Una jornada de huelga nos recibía el viernes en este mundo apartado, al pie de las montañas más altas del Himalaya. Sin taxis, sin vehículos, sin transportes… Pudimos ver a nuestro representante de Asian Trekking revolver entre el gentío, husmear aquí y allá. Un pequeño vehículo partía al poco rato con un puñado de expedicionarios apretados contra sus cristales. <<En veinte minutos partimos con los bultos>>, afirmó en un inglés aplastado entre dientes nuestro corresponsal.
Y así fue. Un camión llevó nuestros pesados petates carretera abajo, sorteando ricksaws y peatones a toque de claxon. Fue aquel el primer contacto con una ciudad bulliciosa que ha crecido desorbitadamente en los últimos años, incontroladamente.
He de confesar que esperaba un Kathmandu mucho más cambiado desde mi última visita hace casi una década. Es cierto que la población está occidentalizando sus costumbres, nada extraño cuando la visitan muchos miles de turistas de todos los continentes cada año. También es real que las viejas casas de madera rícamente ornamentadas están siendo sustituidas por edificios de ladrillo de varias plantas. Es verdad que el tráfico incesante de motos, ricksaws, bicicletas, tuk-tuks y automóviles de toda índole invade cada callejuela de la ciudad.
Los miembros de la expedición en Durbar Square (Foto Santiago Yaniz)
Sin embargo, detrás de la elevadísima contaminación y sus polvaredas, sobreviven todavía los paseantes en día de fiesta por el barrio histórico de Durbar Square, continúan los artesanos y comerciantes avasallando con su mercancía y en cada esquina al visitante, los niños piden igual que siempre rupis y chocoleit, los porteadores siguen llevando colgada de su frente su pesada carga de plátanos, muebles o harina. El palacio de la Diosa Kumari está, eso sí, un poco más desgastado, sus torres de madera y los templos de Shiva Parvati, el de Taleju y las torres que los rodean en Durbar square se caen cada día un poco más.
Pero también a medida que uno escapa de los abigarrados tenderetes de Thamel quedan al natural en las calles de Kathmandu los modos de vida cuasi medieval, sus carnicerías, sus chiringuitos de comida infames para el viajero, su pobres y mendigos, la vida privada que se hace tras las ventanas y en los cerrados patios de las casas; pero sobre todo, y eso es algo que felizmente ha cambiado poco, permanece la mirada intensa de los nepalíes tras unos ojos brillantes, siempre negros, penetrantes y sonrientes.
Ha cambiado aquel Kathmandu que soñaron los hippies pero todavía es un descubrimiento cada uno de sus rincones, un espacio de contrastes que permite emocionarse al más viajado de los occidentales. Así sentimos desde nuestra llegada todos los expedicionarios de la Bizkaia Medio Ambiente Everest 97 en un contacto que obligatoriamente se prolongará aún varios días.
Un sencillo hotel, como casi todo en la capital de Nepal, nos permitió descansar del pesado viaje antes de perdernos durante dos días entre comercios de reventa de equipos de pasadas expediciones para encontrar algunos de los materiales que faltaban para equipar la ruta del Everest. Los tornillos de hielo de titanio, algunas cuerdas, unos imprescindibles paraguas, bidones para el combustible, sacos para recoger basura, etc.
Todo comienza ya a ordenarse aunque el teléfono satélite Airtel y los walki-talkies descansan aún en los armarios de la aduana a la espera de formalizar los trámites para obtener la licencia de uso, un espeso proceso de papeleo.
El cargo, todavía en París
Entre todo este trajín un jarro de agua fría ha llegado ayer a la expedición cuando desde la agencia AsianTrekking, encargada de los trámites en Kathmandu, se nos comunicaba que el cargo con el material y toda la alimentación de altura estaba detenido en París. El cargo había partido en camión desde Trápaga para embarcar en París en un vuelo con destino a Kathmandu el día 17 de agosto. Sin embargo el azar o el mal hacer de algún empleado ha querido que nuestros equipos descansen durante unos días en algún hangar del aeropuerto parisino. Habrá que esperar mientras tanto hasta el día 28 para recibirlo e iniciar a primeros de mes la marcha de aproximación desde Lukla. Serán precisos aún ocho días para alcanzar el campo base en el glaciar de Khumbu, que compartiremos con otras seis expediciones. En la ruta del Everest habrá un grupo mejicano capitaneado por una mujer y una expedición francesa. Hacia el Lhotse se dirigirán nuestros compañeros navarros de la expedición Al Filo de lo Imposible, y también coreanos e italianos.
No hay malas noticias sin contraprestación. Ayer mismo se han fijado con la compañía Asian Trekking los pormenores de la marcha de aproximación, la instalación de la infraestructura del campo base y el equipamiento de la Cascada de Hielo por parte de su equipo de sherpas. Desde el día 20 de agosto se iniciaron estos trabajos para dejar la instalación completa con cuerdas fijas y las escalas necesarias para los primeros días de setiembre. Ang Tsering Sherpa, director de Asian Trekking y ya un viejo amigo de Juanito Oiarzabal además de toda una institución en lo relacionado al montañismo en Nepal, se ha puesto directamente a disposición de la expedición para coordinar sus servicios. Ayer nos presentó a Lhakpa Dorjee sherpa, quien será nuestro shirdar o jefe de porteadores y sherpas. Lhakpa habita en la aldea de Phorche, a 3.800 metros de altitud en el valle de Khumbu y ascendió al Everest ya en 1989. Pequeño pero de una fortaleza que ha asustado a alguno de nuestros expedicionarios, sonriente, igual que todos los nepalies, sencillo y hablando un buen inglés, será el eslabón fundamental para el buen desarrollo de la expedición. Ang Sandup será nuestro cocinero, quien aliviará nuestros hambrientos estómagos y esperemos aprenda a cocinar a las mil maravillas un buen bacalao a la vizcaina. De eso me encargaré personalmente.
El buen humor no falta entre los alpinistas y de verdad este ingrediente es fundamental para afrontar el ritmo y el esquema de trabajo del mundo oriental. La aclimatación ha comenzado ya desde Kathmandu.
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