Los pájaros que no se asustan (Juanrra Madariaga)
En medio de la persitente nieve nos hemos reunido junto a los sherpas para iniciar la puja, ofrecimiento y oración a los dioses.
Ibamos vestidos de rojo, un rojo fuerte que contrasta con toda la claridad que se almacena en estos parajes.
El sherpa más viejo se ha vestido de gala para esta ocasión. Con su rectangular librillo oracional ha comenzado en una monótona canción a rezar extrañas oraciones de melodía profunda. Un ligero cabeceo acompañaba su oscura voz. A veces se unía a este sonido el rugir de alguna avalancha que se desprendía de los espolones rocosos que abrazan al glaciar.
A penas nos distraía, aunque alguno pensara que era algo propio del ritual, como si la propia montaña quisiera participar con sus sonidos de un magnificat que aún no entendemos. Aún así todo al unísono era un espectáculo maravilloso.
El grupo expedicionario ante el altar de la Puja (Foto Santiago Yaniz)
El chang, líquido blanco con sabor a sidra amarga, se nos ha servido en vasos brillantes. Un pequeño altar frente a nosotros era el punto de referencia. En él, arroz, vino, algo parecido a harina, alguna vela, una foto del Dios a venerar, manzanas, whisky y… más arroz. Era evidente que las ofrendas iban a agradar al Dios. Entre oración y oración algún trago de chang y una mirada a mi alrededor. Los dedos del sherpa recorrían los iconos indescifrables que resurgían en forma de plegaria en su boca. El arroz recogido en el cuenco de la mano ha sido lanzado después al altar, al igual que el chang y el vino, mientras nos rodeaban ya docenas de telas de oración que el escaso viento se encargaba de acariciar y difundir por todos los recodos del glaciar.
El resto de sherpas se ha unido al canto de ofrecimiento que ha terminado con una sonrisa larga y blanca de todos los presentes. Parece ser que los dioses van a ser benévolos con todos nosotros.
Un nuevo ruku se nos ha colocado al cuello. Un ruku rojo, de un rojo bermellón que contrasta con el blanco de nuestra piel y con el blanco de esta persistente nieve, a través de la cual, de ves en cuando, vuelan pájaros que no se asustan. Antes de terminar, una cucharada de yogur de leche de yak vertida en la mano. Algunos no nos lo hemos pensado. Es yogur blanco, como todo lo que nos rodea. En la boca su fuerte sabor nos acerca aún más a esta cultura sherpa con la cual estamos compartiendo estos días en un lugar remoto de la tierra.
Después ha dejado de nevar, se ha sentido la caricia del sol y de nuevo desde las vertiginosas paredes del Lingtren, el Pumori, o el Nuptse han comenzado a desprenderse enormes avalanchas de nieve polvo como ríos sin mar. En todo este silencio es el único sonido que hace mantenernos alerta; éste y el canto esporádico de esos pájaros que no se asustan.
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