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Everest día a día

ALCANZADO EL CAMPO II, A 6.400 METROS
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16 septiembre. EVEREST Campo Base

Tres alpinistas de la Expedición Bizkaia Medio Ambiente atravesaron ayer la Comba Oeste del Everest.

En torno a las 10 horas de Nepal de ayer martes Alberto Posada, Iñaki Ruiz y Fernando Rubio alcanzaron el emplazamiento del campo II en la ruta hacia el collado sur del Everest. Estos tres alpinistas habían pernoctado en las tiendas del campo I y partieron en la madrugada para cruzar la inmensa extensión glaciar que une los dos campos entre las murallas de la pared oeste del Everest y el Nuptse.

Los equipos de porteadores de altura dirigidos por nuestro shirdar Lhakpa Dorjee habían conseguido instalar el lunes más de 250 metros de cuerdas fijas y varias escalas para poder atravesar varias grandes grietas abiertas en el tramo superior del glaciar de Khumbu. Al mismo tiempo realizaron un porteo de tiendas, materiales y alimentos que quedaron depositados en el campo I.

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El Everest desde la comba oeste (Foto Alberto Posada)
Alberto Posada comunicó por radio con el campo base a su llegada a la morrena del glaciar donde se instalarán las tiendas indicando que el recorrido era penoso y que era preciso caminar asegurados con la cuerda en varios tramos ante el peligro de las grietas cubiertas por la nieve. Después de rebasar la cascada de hielo el trazado sobre la comba oeste gira hacia la pared de collado norte, el Lho la, y después, esquivando las grandes grietas, se acerca hasta el pie de la pared del Nuptse. Entonces queda ya a la vista toda la pirámide de la pared suroeste del Everest, con el Lhotse empequeñecido por la proporción al fondo.
Un comentario que confirmó la expectativa de la expedición fue la expresión de Posada: "Esto está lleno de mierda; a pesar de que todavía hay mucha nieve hemos visto por el camino varias botellas de oxígeno y aquí, en la morrena, hay mucha basura", terminó.

Poco después de esta comunicación Koldo Orbegozo, Juanrra Madariaga y Guillermo Bañales llamaban desde el campo I, a donde habían subido desde el base con intención de proseguir hacia el campo II. Una intensa nevada comenzó a caer a partir de las 11 de la mañana lo que les aconsejó permanecer en este campo para pernoctar.

El lunes retornó desde Pheriche Javier Mugarra, ya recuperado y bien aclimatado, y en la madrugada de hoy ascenderá también hasta el campo I.

Todavía el tiempo es inestable y a lo largo de la jornada cae alguna nevada de intensidad moderada. Es de esperar que para el día 18 quede abierto el camino hasta el campo III a 7.300 metros.


Los actores del filo en acción

Ayer comenzaron también su trabajo los expedicionarios navarros de la expedición "Al filo de lo imposible" al Lhotse. A falta de Iñaki Kampion que debió descender a Pheriche por sufrir dolores de cabeza, Iñaki Akerreta, Joxe María Oñate (Habichuela) e Iñaki Otxoa de Olza ascendieron ayer la cascada de hielo bajo la mirada del cámara Antonio Perezgrueso. El proyecto de "Al filo de lo imposible" es grabar un programa sobre cada uno de los ochomiles y en este momento cuenta entre su palmarés de ochomilistas con varias figuras vascas, entre ellas Juanjo San Sebastián, para escalar los que el programa tiene pendientes, el Dhaulagiri, el Annapurna y el Manaslu.

Los navarros de la expedición al Lhotse caminarán junto a los vizcainos hasta el campo III para variar luego su ruta hacia esta cima de 8.501 metros. El programa de trabajo de esta expedición tiene previsto grabar en formato cine de 16 mm.; el cámara de TVE ascenderá hasta el campo II y a partir de allí serán los propios alpinistas quienes realicen el trabajo de rodaje bajo las instrucciones de Perezgrueso. Hasta la fecha son cuatro los alpinistas vascos que han coronado el Lhotse: Alberto y Félix Iñurrategi, Juan Oiarzabal y Juan Vallejo.

En la expedición al Lhotse Otxoa de Olza aspira a su quinto ochomil y Oñate a su segunda gran cima.


Campamento helado

La tienda comedor es el centro vital de la expedición en el campo base. Es una gran tienda de campaña en cuyo centro se alarga una inestable mesa metálica cubierta por un mantelillo a dibujos negros y rojos. En una esquina del tiendón otra mesa destartalada soporta la oficina móvil, la emisora de comunicación con los campamentos, los sistemas de cargas de baterías, ordenador y teléfono satélite, etc.

Aquí escribimos nuestros diarios, secamos la ropa mojada, organizamos las cargas para ascender la montaña, y por supuesto organizamos largas tertulias con los franceses, con los navarros o con todo aquel que se precie compartir nuestro habitáculo. A la hora del desayuno, a la temprana hora de la comida que llega a mediodía, en la sesión del te a las cuatro de la tarde o tras la cena que llega cuando en el Glaciar de Khumbu el sol se marcha dejando un mundo de frío a las cinco y media de la tarde.

Ocho tiendas azules se reparten a su alrededor buscando pequeñas plataformas sobre el hielo y las piedras.

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El grupo del Lhotse en el campo base (Foto S.Yaniz)

Juanrra Madariaga comparte habitáculo con Fernando Rubio, Guillermo Bañales con Javier Mugarra. El resto tuvimos suerte en el sorteo y disponemos de tienda individual. La primera tarea de cada día es despejar la nieve que cubre las tiendas, un paleo que ayuda a despejar el cuerpo a las seis de la mañana. Después, cada uno ocupa el tiempo en sus cosas. Si toca ascender hacia arriba la madrugada acompaña a los alpinistas. El resto aprovecha el calor de la hora de mayor insolación para hacer una escasa colada, tomar una ducha al aire frío que desciende desde el Pumori o sestear un rato escribiendo las propias intimidades cuando no hay que explorar el glaciar en busca de basuras. El doctor pasa largos ratos tomando muestras de la radiación solar, transmitiendo sus tests, etc.

El campo base es un caos de colinas de piedras apoyadas en el hielo vítreo. Sobre él los bloques se mueven continuamente, corren regatos sobre el hielo y en el derredor las nieves del Lhotse, el Pumori o el Lingtren reberberan una intensa luz.

Cada día el campo base del Everest tiene vida propia, brillante y helada.


Cascada de miedo

El oficial de enlace no aparece por el campo base; parece que el mal tiempo asusta al funcionario. La expedición está sin policía que la controle. Mucho mejor.

El doctor y un servidor aprovechamos esta circunstancia para escaparnos a la cascada de hielo, el gran mito del Everest, sólo reservado a los alpinistas que van hacia la cumbre y han pagado sus 10.000 dólares.

El doctor y un servidor nos fuimos de incógnito; calzamos las botas dobles, atamos el arnés, cargamos las mochilas. De madrugada, tras los pasos de los alpinistas de la expedición vizcaina iniciamos el camino del hielo.
Las primeras zancadas fueron largas sobre la nieve de la morrena del glaciar; entre piedras, entre arroyos de agua clara. Después el paso se hizo cuesta entre penitentes de hielo, entre castillos sin gemelo. Pasillos angostos entre torreones por los que un sendero de nieve dibujaba una trayectoria. La cuesta titubeaba continuamente entre un peñasco y otro de hielo. Al lado del caminito siempre una cuerda guía. A ella fijado un bloqueador que nos une a la seguridad, al resbalón detenido.
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Este año la cascada está fácil, no hay muchas grietas que la descomponen. Los sherpas han abierto un buen camino. La mítica cascada ha acaparado un universo de imágenes en todas las expediciones al Everest; fue el primer gran obstáculo para quienes abrieron la ruta Nepalí a la montaña. Para ellos era "un confuso laberinto de muros de hielo, simas y torres" que no fue atravesado hasta el año 1951 por la expedición de Eric Shipton.

En la altura el paso es lento asfixiado por la falta de aire. Así pasamos, uno tras otro, bajo los imponentes bloques de la cascada. En la primera grieta una escalera flaqueaba el paso. La segunda flanqueaba un verdadero abismo. Para atravesarla, una mano al bloqueador sobre un cuerda, la otra con un mosquetón a la otra cuerda, como si fuera una barandilla; el paso firme, un peldaño, dos, tres, hasta ocho y por fin la nieve firme. La cascada este año esta fácil pero impone. A veces el mejor sitio para echar un trago de agua es la sombra de una mole helada que se apoya en un centímetro de base. Mientras se abre la cantimplora un ojo busca el movimiento del bloque para escapar a tiempo. O mejor no mira para olvidar el miedo.

Arriba y abajo la nieve habrá dibujado cada tarde nuevos perfiles en el hielo, el calor habrá llevado con su movimiento una nueva imagen a la cascada. Cada mañana y cada tarde en el glaciar de Khumbu se mueve la cascada de miedo.



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