La cocina
La cocina del campo base me recuerda a una de las viejas cabañas de nuestros pastores. Cuatro muros de piedra rústicamente levantados componen una estancia de unos 12 metros cuadrados. Un largo mástil de madera sostiene el vértice de la cubierta, un tinglado de toldos y techos de tiendas de campaña. De él cuelgan un seca pata de yak, una pequeña ristra de ajos y una bandeja de mimbre que almacena infinidad de chiles picantes y cuelga también una lámpara de petróleo.En las paredes se amontonan los utensilios, colocados en huecos entre piedras: un rodillo de amasar, un machete, coladores, bandejas con platos metálicos, botes de café, cacao…
Un banco corrido de piedra es al mismo tiempo estantería y asiento al pie de la pared. Sacos de arroz, cajas de pasta, cartones de huevos, patatas… Todo ha llegado transportado hasta aquí a lomos de yak desde Namche Bazaar, comprado en el mercado semanal de los sábados y se almacena a la espera del consumo.
En el centro de la cocina una plataforma elevada hecha también con bloques de granito, soporta tres cocinillas de keroseno y una de gas. En una de ellas se calienta siempre agua; en las otras indistintamente se fríe o se cocina. En un rincón cuatro grandes termos están siempre llenos de agua caliente, leche o té.
Este es el reducto de Dorjee, su hermano Pemba y Sandu, los tres jóvenes cocineros de la expedición que hacen maravillas en un lugar tan precario de medios y espacio.
Desde las cinco de la mañana, cuando la luz comienza a iluminar el glaciar de Khumbu, estos tres jóvenes sirven el desayuno a los porteadores de altura, los más madrugadores. A continuación lo hacen en la tienda comedor de los alpinistas, a la hora convenida. Siempre es un desayuno fuerte. Hoy, por ejemplo, ha consistido en un pastel de patata y queso con un huevo frito y te, café y galletas a discrección. En su cocina rústica Dorjee inventa cada día sus platos, algunos extraños para nuestros estómagos pero simpre repletos de novedades.
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